lunes, 18 de agosto de 2008

A mis quince y diez

(Suena la música de A mis cuarenta y diez, de Sabina, en el Mustang que alquilamos el fin de semana pasado, con el ruido de motor característico, del coche y de sobrepasar en diez millas en límite de velocidad, atravesando una de las llanuras a las que tanto espero acostumbrarme)

A mis quince y diez,
quince y trece dicen que aparento,
más antes que después,
he de enfrentarme al delicado momento
de empezar a pensar 
en darme cuenta, de a quién se le ha ido la cabeza,
de resignarme a llenar mi lista negra
(perdón por la proeza).
Para que mis allegados, condenados
a un ingrato futuro,
no sufran lo que he sufrido, he decidido
no dejarles ni un minuto,
sólo derechos de amor,
un "bujero" en mi corazón y un par de setas crudas,
a condición de que
me feliciten antes de la una.
Y, cuando, a mi Cecilia,
le escueza el alma y pase la varicela,
y una mesa camilla,
marque la edad de veras de mi Lorena,
tendrán un mal recuerdo, una caja vacía
y un teléfono que les cuelgue,
por cada cumpleaños que un día
dejaron pasar a su suerte.
Pero sin prisas, que, a las listas
de réquiem, nunca fui aficionada,
que, las velas de cera, que soplaré,
no están siquiera plantadas,
que, el tío, con quien he de hacer la celebración,
no me ha dado todavía un regalillo,
que, para ser entendible, esta canción
la tienen que leer mis olvidados amigos.


Le doigt sur la plaie

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